Toda humilde belleza…
Vago xirón de brétema, atavío
soberbio de irta xesta, reidora,
fulgurante doíña de rocío
(pazo do sol e lágrima da aurora);
raiola de lunar que bica o río,
flor mareliña que entre espiñas chora,
ou das redes da a araña un tenue fío,
toda humilde belleza me namora.
É un vermiño de luz o amigo caro
do meu nume saudoso… Antes reparo
na nudez adorable dunha estrela
que nas rosas dos vales, que sorríen,
que nos mantos dos pinos, que se engríen,
que nas blondas do mar, que se rebela.
(Antonio Noriega Varela)
En el cielo, teniendo como epicentro la linterna
del faro, las gaviotas picoteaban el silencio. Había un saber
burlón en aquella alerta de las aves del mar. Un cuchicheo
de forajidos. Se alejaban para luego retornar más cercanas,
en círculos cada vez más insolentes. Se tomaban esa confianza, compartiendo con jactancia un secreto que el resto
de la existencia prefería ignorar. Brinco miró de soslayo,
divertido con el escándalo de las aves del mar. Sabía que
él era la causa de la excitación. Que estaban al acecho.
Que esperaban la señal decisiva.
—Mi padre sabe el nombre de todas estas piedras
—dijo Fins, intentando desatarse del curso de las cosas—.
Las que se ven y las que no se ven
Javier Rivas
(Todo es silencio)
Conoces a alguien, te enamoras, creas una vida en común, llegan los hijos y el trabajo se hace cada vez más absorbente y estresante para ambos. Te mudas de ciudad cuatro veces en tres años y entonces, un día, cuando estáis desayunando, ves en la mirada del otro que ya no está enamorado de ti. En algún momento del camino, el amor ha sido atropellado y yace en la cuneta, muerto o malherido.
Pero ya estás tan atrapada en tus propias redes que salir a su rescate parece una tarea titánica y demasiado difícil, porque además no sabes quién ha sido el culpable. Y entonces no sabes qué hacer, salvo revolverte de dolor, sentir cómo se consumen tus propias entrañas mientras te preguntas una y otra vez qué es lo que has hecho mal.
Manuel Loureiro
(Fulgor)