París
(Página en construcción)
La primera novela de un Henry Miller necesitado, apaleado en el frío París de los años veinte y sin un duro en bolsillo.
Esta novela autobiográfica pone la fría condición humana como elemento esencial en el desarrollo de la historia,
una condición de hambre, desprecio, utilitarismo y redención.
Estuvo vetada en los Estados Unidos por haber sido catalogada como pornográfica, así es que había que leerla casi clandestinamente.
Quizá fue eso lo que ayudó a convertirla en un mito.
Imprescindible para quien quiera conocer a fondo la bohemia parisina de callejón. Traigo unos párrafos de esta obra como sugerencia de una grata lectura de la época modernista y conocimiento del París de los años 20.
...En el número español la sala estaba electrizada. Todo el mundo estaba sentado en el
borde de la butaca: los tambores les despertaron. Cuando comenzaron los tambores creí
que no acabaría nunca. Esperaba ver a la gente caer de los palcos o tirar los sombreros al
aire. Había algo mágico en aquello y Ravel habría podido volvernos locos, si hubiera
querido. Pero eso no es propio de Ravel. De repente, todo se apaciguó. Era como si, en
plenas acrobacias, hubiera recordado que llevaba puesto un chaqué. Se contuvo. Gran error,
en mi humilde opinión. El arte consiste en llegar hasta las últimas consecuencias. Si
comienzas con los tambores, tienes que acabar con dinamita, o TNT. Ravel sacrificó algo
por la forma, por una verdura que la gente ha de digerir antes de irse a la cama.
(Trópico de Cáncer. Henry Miller).
... Hoy me he despertado de un sueño profundo con imprecaciones de júbilo en los
labios, con palabras incoherentes en la lengua, repitiendo para mí mismo como una letanía:
«Fay ce que vouldras!... fay ce que vouldras!» Haz cualquier cosa, pero que produzca gozo. Haz
cualquier cosa, pero que provoque éxtasis. Tantas cosas me acuden al pensamiento, cuando
me digo esto: imágenes, alegres, terribles, enloquecedoras, el lobo y la cabra, la araña, el
cangrejo, la sífilis con las alas desplegadas y la puerta de la matriz nunca con el cerrojo
echado, siempre abierta, preparada como la tumba. Lujuria, crimen, santidad: las vidas de
mis seres adorados, los fracasos de mis seres adorados, las palabras que dejaron tras ellos,
las palabras que dejaron inacabadas; lo bueno que arrastraron tras ellos y lo malo, la pena, el
desacuerdo, el rencor, la rivalidad que crearon. Pero, sobre todo, ¡el éxtasis!
(Trópico de Cáncer. Henry Miller.)
... He llegado al límite de la
resistencia. Estoy de espaldas contra la pared; no puedo retroceder más. Por lo que se
refiere a la historia, estoy muerto. Si hay algo más allá, tendré que reaccionar. He
encontrado a Dios, pero no es suficiente. Sólo estoy muerto espiritualmente. Físicamente
estoy vivo. Moralmente soy libre. El mundo que he abandonado es una casa de fieras. El
amanecer se alza sobre un mundo nuevo, una jungla en que vagan espíritus flacos y con
garras aguzadas. Si soy una hiena, soy una hiena flaca y hambrienta: salgo de caza para
engordar.
(Trópico de Cáncer. Henry Miller).
...Estamos ahora en el otoño de mi segundo año en París. Me enviaron aquí por una
razón que todavía no he podido desentrañar.
No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace
un año, hace seis meses, creía que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era
literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios.
(Trópico de Cáncer. Henry Miller).
Un libro para errabundos y nostálgicos, un paseo por los barrios populares de París que puede servir como inspiración, pero no como guía de viaje
Fargue retrata con minuciosidad y con mirada de poeta los lugares y a las personas, no solo a artistas y actores, sino también a mozos de carga, cocheros,
gente que pasa la tarde en las terrazas de los cafés de mala muerte, cafés para hombres de los bajos fondos, cafés para hombres sin sexo, para damas solitarias, cafés de chapistas, cafés decorados a la muniquesa, esclavos del cemento armado. Un viaje sentimental y pintoresco por un París que ya no existe, pero cuyo encanto perdura.
Llevo años soñando con escribir un "Mapa de París" para personas seguras, es decir para paseantes que tienen tiempo para perder y que aman París. Y llevo años prometiéndome de empezar este viaje por un examen de mi propio barrio, desde la Estación del Norte y desde la Estación del Este hacia La Chapelle, y no sólo porque llevamos treinta y cinco años sin separarnos sino también porque tiene una fisionomía particular y gana con el trato.
(El peatón de París. Léon-Paul Fargue).
El descubrimiento de un manuscrito perdido de Irène Némirovsky causó una auténtica conmoción en el mundo editorial francés y europeo. Novela excepcional escrita en condiciones excepcionales, Suite francesa retrata con maestría una época fundamental de la Europa del siglo XX. En otoño de 2004 le fue concedido el premio Renaudot, otorgado por primera vez a un autor fallecido.
Imbuida de un claro componente autobiográfico, Suite francesa se inicia en París los días previos a la invasión alemana, en un clima de incertidumbre e incredulidad. Enseguida, tras las primeras bombas, miles de familias se lanzan a las carreteras en coche, en bicicleta o a pie. Némirovsky dibuja con precisión las escenas, unas conmovedoras y otras grotescas, que se suceden en el camino: ricos burgueses angustiados, amantes abandonadas, ancianos olvidados en el viaje, los bombardeos sobre la población indefensa, las artimañas para conseguir agua, comida y gasolina. A medida que los alemanes van tomando posesión del país, se vislumbra un desmoronamiento del orden social imperante y el nacimiento de una nueva época.
La presencia de los invasores despertará odios, pero también historias de amor clandestinas y públicas muestras de colaboracionismo. Concebida como una composición en cinco partes —de las cuales la autora sólo alcanzó a escribir dos— Suite francesa combina un retrato intimista de la burguesía ilustrada con una visión implacable de la sociedad francesa durante la ocupación. Con lucidez, pero también con un desasosiego notablemente exento de sentimentalismo, Némirovsky muestra el fiel reflejo de una sociedad que ha perdido su rumbo. El tono realista y distante de Némirovsky le permite componer una radiografía fiel del país que la ha abandonado a su suerte y la ha arrojado en manos de sus verdugos. Estamos pues ante un testimonio profundo y conmovedor de la condición humana, escrito sin la facilidad de la distancia ni la perspectiva del tiempo, por alguien que no llegó a conocer siquiera el final del cataclismo que le tocó vivir.
Vale, bien, la guerra... Vale, bien, los prisioneros, las viudas, la penuria, el hambre, la ocupación... ¿Y después? No hago nada malo. Es el amigo más respuetuoso del mundo: libros, música, nuestros largos paseos por el bosque de la Maie... Lo que hace que parezcamos culpables es la idea de la guerra, esta plaga universal. Pero él es tan poco responsable como yo. No es culpa nuestra. Que nos dejen tranquilos... ¡Que nos dejen! [...] Que ellos vallan donde quieran, yo haré lo que me apetezca. Quiero ser libre. Me importa menos la libertad exterior, la libertad de viajar, de irme de esta casa (¡aunque sería una felicidad indescriptible!), que ser libre interiormente, elegir mi propio camino, mantenerme en él, no seguir al enjambre. Odio ese espíritu comunitario con el que nos machacan los oídos. Los alemanes, los franceses, los gaullistas, todos coinciden en una cosa: hay que vivir, pensar, amar como los otros, en función de un Estado, de un país, de un partido. ¡Oh, Dios mío! ¡Yo me niego! Soy una pobre mujer, no sirvo para nada, no sé nada, pero ¡quiero ser libre! Esclavos, nos han convertido en esclavos. La guerra nos manda a este sitio o al otro, nos priva del bienestar, nos quita el pan de la boca... Que me dejen por lo menos el derecho de enfrentarme a mi destino, de burlarme de él, de desafiarlo, de eludirlo, si puedo. ¿Una esclava? Mejor eso que ser un perro que camina detrás de su amo y se cree libe. Ellos ni siquiera son conscientes de su esclavitud, y yo me parecería a ellos si permitiera que la piedad, la solidaridad, el "espírito de la colmena", me obligaran a renunciar a la felicidad. [...] ¡A nadie! ¡No le importa a nadie! ¡Que luchen ellos! ¡Que se odien ellos! ¡Me da igual que en su día su padre y el mío combatieran el uno contra el otro! ¡Que fuera él personalmente quien hizo prisionero a mi marido (una idea que obsesiona a mi pobre suegra)! ¿Qué tiene eso que ver? Él y yo somos amigos.
(Suite Francesa. Iréne Némirovsky).
Con La vida ante sí, Romain Gary obtuvo, bajo el seudónimo Émile Ajar, su segundo Goncourt, un honor único ya que este premio solo puede concederse una vez.
La historia transcurre en Belleville, un suburbio oscuro de París. Y en él una mujer entrada en años y en carnes, Rosa, judía superviviente de los campos de exterminio y que cree a cada timbrazo que vuelven las SS. Que da cobijo y amor a los hijos de las prostitutas por poco o nada de dinero. Que vive con un retrato de Hitler bajo la cama, y que en caso de sentirse mal, lo saca, lo mira, y en ese momento se recupera. Que tiene un refugio en el sótano, su Israel, para casos de emergencia.
Con ella vive Momo, un niño de 10 años. No conoce ni a su padre ni a su madre. Momo es nuestro protagonista. Vive en un suburbio de París llenos de prostitutas, chulos, ladrones, inmigrantes ilegales, buscavidas. Su presente es sobrevivir. El pasado es algo difuso. Trescientos francos mensuales, su tarifa mensual, es lo que le ata a él. Es el pago de su manutención. El futuro es algo lejano.
La vida ante sí es una novela sobre el amor, entre seres desamparados que viven en un mundo sórdido y degradado. El señor N’Da Amédée, el doctor Katz, el señor Hamil, la señora Lola y otros seres que deambulan por las calles de ese barrio parisino. En un mundo degradado, triste, cruel, todavía hay espacio para el amor, para la esperanza. Son las únicas armas que tienen estos seres para no caer en el vacio. Pero sobre todo el amor que sin quererlo, sin saberlo, se establece entre Momo y la señora Rosa.
La señora Rosa dice que la vida puede ser hermosa, pero que nadie ha dado con ella todavía y que, entretanto, hay que vivir.
(La vida ante sí. Romain Gary).
Lecturas sobre París
Trópico de Cáncer. Henry Miller
El peatón de París. Léon-Paul Fargue
Suite Francesa. Iréne Némirovsky
La vida ante sí. Romain Gary
Una torre mundialmente conocida
Símbolo de la ciudad, tardaron mas de 2 años en su construcción. Se construyó para conmemorar el centenario de la Revolución Francesa durante la Exposición Universal en los Campos de Marte, y su intención fue mostrar al resto de naciones el poder y las habilidades industriales de Francia. La torre fue construida cerca del Sena y su forma redondeada se utilizó como entrada a la exposición. Cada pieza de la torre está diseñada y calculada con la máxima precisión. Es la estructura más alta de París con sus 324 metros (antena incluída).