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Puebla de Valles perteneció, desde la reconquista en el siglo XI, al Común de Villa y Tierra de Uceda, que se preocupó de repoblar algunos lugares del territorio que les designó el rey de Castilla, y utilizando el Fuero de dicha villa.
Felipe II concedió el título de Villa independiente con jurisdicción propia a todos los pueblos del Común de Uceda, entre ellos a Puebla de Valles.
Estamos hablando de una templada localidad enclavada en un espectacular paraje de cárcavas arcillosas de un profundo color rojizo y de origen férrico, que afloran en este fértil sector desde el Jarama al Sorbe.
Centro geográfico de La Ribera, el ",pueblo colorao", está escondido bajo unas bellísimas cárcavas rojizas (las ",Pequeñas Médulas",), en la confluencia del Arroyo del Lugar con el Barranco de Vallejo
Gentilicios: poblacho, campiñés, campiñero. Los habitantes de la comarca también son conocidos como almagreños o coloraos.
Escondido, nos sorprende su aparición desde la carretera a muy corta distancia. Su imagen desde aquí resulta inolvidable, y solo por ello merece la pena acercarse.
Si hay un pueblo en la comrca de la Ribera donde abundan los rincones con encanto que pasan inadvertidos al visitante, éste es La Puebla del Vallés. Vamos a intentar descubirlos.
Por la mañana, temprano, llega el panadero. Da una vuelta al pueblo tocando la bocina de su fulgoneta y se asienta en la Plaza de Calicanto, centro neurálgico de la Puebla. Corrillos y gente observando uno de los pocos eventos que suceden por aquí habitualmente.
Si buscas a alguien, vente por aquí. Tarde o temprano pasará.
Su nombre se debe a que aquí se hacía la cal.
A la izquierda, el Ayuntamiento, edificio de gorrones típico de la comarca. A la derecha el Club Social, antigua escuela y salón de baile, y desde donde hemos situado el puesto de control junto con un pincho de tortilla de huevos caseros y unos espárragos.
Enfrente, un rincón de posible orígen judío y, alrededor, bonitas casas, antiguas y reconstruídas, pero uniformes y siguiendo la tradición del pueblo.
Actualmente, Puebla de Vallés tiene 97 habitantes censados, de los cuales únicamente 30 son permanentes. La vida del pueblo está totalmente supeditada al turismo rural y a la vida que traen los fines de semana y las vacaciones, cuando vuelven quienes tienen una casa aquí, aunque vivan en otro lugar..
Antiguamente, el paraíso que era el joven Jarama convertía estas riberas en un auténtico vergel para la fauna, la flora y los habitantes locales. Tras un convulso pasado dedicado a la explotación agraria minifundista, sencilla por la humedad y la fertilidad de estos valles premontanos, hoy en día la geografía rural de Puebla de Vallés ofrece una triste visión.
Junto al abandono progresivo de los aprovechamientos tradicionales, el alivio periódico del embalse de El Vado ha desbaratado muchas tierras de labor, que se extinguen poco a poco, paralelamente al abandono y descuido de las riberas de ríos y arroyos.
El paisaje es particular tanto desde dentro del pueblo como en los alredores. Su arquitectura es respetuosa con el color del entorno.
Si el olivo milenario simboliza una de las actividades que ha caracterizado a este pueblo durante toda su historia, el barro, las tinajas, donde se guardaban el aceite y el vino, se han convertido en los últimos años en otra de las señas de identidad.
Fuente nueva y molino del rulo, de finales del S. XIX y reconstruído. Una bella escalinata al Barrio Alto. Enfrente: Casa de la Gorda, del S. XVI, con algunos elementos originales, como las ventanas, balcones y las rejas.
Plaza del Olivo Milenario. Este árbol es el símbolo del pueblo. Los vecinos subieron del valle y se ha convertido en un símbolo. Su tronco es una obra de arte. En torno a su corteza arrugada por los años se celebra una fiesta y se congregan los visitantes. Junto a él, la iglesia y las ruinas del palacio (según la leyenda era de un virrey de las Filipinas). Bajo las ruinas se encuentran los restos de una bodega, posiblemente árabe, pero con un acceso difícil.
El barranco del Hocino nace de pronto, como corresponde a los barrancos arcillosos de la Sierra Norte. Tras un corto recorrido muere en la vega del Jarama, entre olivos. A medio camino hay una oquedad que bien pudo ser cueva. Cuentan que una gran serpiente vivía en ella, alimentándose de ovejas y cabras que pastaban en las cercanías.
Los pastores, hartos de perder ganado y tras varios fracasos para expulsar a la serpiente, prepararon una zalea (piel de oveja), la llenaron de ascuas y la acercaron a la cueva. La serpiente se la tragó creyendo que era una oveja. Cuando sintió la quemazón en su cuerpo, salió huyendo hacia el Jarama donde desapareció para siempre.
La leyenda de la serpiente del Jarama
La iglesia fue construida en dos etapas. Del siglo XVI se conserva el prebisterio con nervaduras y el suelo de barro de estilo gótico-renacentista. En el suelo, lápidas de sepulturas del S. XVI y XVII.
La nave y la torre son posteriores al S. XVIII. En el interior encontramos un retablo, bastante deteriorado, del S.XVI, restos de un órgano barroco y una pila bautismal de una sola pieza.
Dicen que en una tarde de verano un mozo de Puebla de Valles se daba un baño en el Pozo Oscuro, una bonita poza del Jarama junto a una cueva. Después de nadar un rato, decidió penetrar en la cueva, para lo que buceó unos metros hasta salir al otro lado, guiado por la luz. Alucinado por el juego de formas, luces y colores, se le hizo de noche. Intentó regresar al río pero no encontró la salida y se quedó hasta el amanecer.
Un pastor encontró la ropa al borde del acantilado, identificó a su dueño y le llamó a voces. Al no tener respuesta, dedujo que se había ahogado y así lo comunicó al pueblo. Se organizaron grupos de hombres para rastrear el río y las mujeres fueron a consolar a la familia del difunto.
Con el alba, el mozo salió de la cueva y del río, pero no encontró la ropa. Desnudo tomó el camino de la dehesa para regresar al pueblo. Llegó a casa con las primeras luces del día; la cortina estaba echada y dentro se escuchaban llantos. Corrió la cortina mientras se cubría los genitales y atónito observó como las mujeres lloraban su muerte.
Cuentan que las mujeres, asustadas, comenzaron a chillar “¡es un ánima!” La más aguerrida levantó un crucifijo gritando: “¡Vete ánima, vete!” Con el escándalo acudieron los hombres y el más atrevido le pegó dos guantazos al mozo que lo tiraron en el suelo. Ante la avalancha de golpes que se avecinaba, pudo gritar: “¡Soy yo! ¡Estoy vivo!”
Dicen que la entrada a la cueva fue tapiada con piedras y que la calle detrás de la iglesia de le llamó “callejón de las ánimas” en memoria de este hecho. La realidad es que esta preciosa leyenda circula por la Ribera y se transmite de padres a hijos desde hace varias generaciones (está recogida en el libro “Puebla de Valles” publicado por AACHE ediciones).
En el margen izquierdo del río se encuentra el yacimiento de Jarama II, en una pequeña cueva de difícil acceso. Pertenece al Magdaleniense con restos humanos, animales y de industrias. |